Atar los cabos sueltos de la narración

Un año más tarde, volvimos al edificio junto al mar, al onceavo piso. Desde lo alto, otra vez observé las olas cabalgar gracilmente sobre la arena. Espere hasta la puesta del sol para buscar entre los visitantes al caminante vestido de azul en distintos tonos. Ni mis hijos, ni mis hermanos preguntaron, cuando leyeron el cuento de "Aún más casualidades"(1), cuál era la coincidencia en el episodio del fantasma que pretendía mojarse los pies. En aquel entonces, yo habría contestado que la coincidencia ocurría con el episodio del niño desnudo que se desvaneció por el pasillo. En esta nueva visita al balcón, el caminante no reapareció. Entonces me vestí unos pantalones y una playera de diferente azul y bajé a la playa. Me descalcé y caminé con la cadencia que recordaba había usado mi fantasma. Seguí la misma ruta: primero dirigiéndome hacia el agua y luego alejándome de ella en dirección del espigón empedrado. Cuando llegué al punto donde el fantasma desapareció volteé hacia el balcón. No tuve que contar los pisos para saber cuál era el onceavo, mi esposa estaba de pie, en el mismo sitio donde yo estuve en la ocasión anterior, mirándome atentamente. Antes de bajar a la playa, ella había preguntado mis intenciones. Le recordé el cuento y le afirmé que sería yo el fantasma que repetiría aquel evento. "¿Y qué esperas que ocurra cuando llegues a la zona menos iluminada?" Había preguntado. "No lo sé, quizás cruce un portal hacia otra dimensión", le respondí en tono bromista. Creo que ella no lo tomó tan a broma. En lugar de desaparecer como hizo mi fantasma en la primera ocasión, alcé el brazo y la saludé. Me convertí conscientemente en la casualidad del fantasma. Con mi acción no crucé, desde luego, un portal hacia otro universo; pero, tal vez y sólo tal vez, provoqué una interferencia en la cadena de causas y efectos de mi vida. Por supuesto, una interferencia momentánea, pues de inmediato otra cadena de causas y efectos remplazó a la cadena interferida.
 
Es mi convicción que la consciencia brinca, con su atención y participación en el entorno, de una cadena de causas y efectos a otra. Me gusta imaginarlo como varias largas filas de fichas de dominó formando un intrincado patrón. La caída de cada ficha provoca la caída de la siguiente. Han estado cayendo de esta manera desde hace ya un largo rato. Un travieso niño interviene en el proceso insertando un lápiz entre dos fichas de la cadena. Nuestro inquieto rapaz no sujeta con firmeza el lápiz así que la cadena de caídas se interrumpe; pero, inesperadamente para él, el lápiz bascula y derriba una ficha en otra fila del patrón. La secuencia de caídas se reanuda, aunque, esta vez, en un segmento de una fila diferente.

 
(1) Este cuento se encuentra en el sitio de Universos convergentes.