Investigar un tema o intentos por suavizar el escalón

Los desafíos de todo novelista son que su trabajo sea atractivo, ameno, conciso y congruente. También por supuesto el encontrar la suficiente inspiración y constancia para terminar su obra. Cuando decidí dar continuación a la novela de mi padre, me percaté que afrontaba adicionalmente otro desafío. Éste consistía en empatar los estilos para que el lector no percibiera el escalón entre la escritura elegante de mi padre y la lineal mía. Pues en esto de escribir libros cada quien mata las pulgas a su manera: hay quien les tiende trampas de oso como yo y hay quien les hace beber cianuro como mi padre. Toda mi vida he intentado imitar el estilo de escribir de papá. Su habilidad proviene de los muchos libros leídos durante su infancia y de las muchas horas dedicadas al estudio de las ciencias. Ramón Cortés Barrios poseía un estilo directo, pero a la vez elegante. Gracias a mis muchos intentos anteriores por escribir como él, no dudé en poder emularlo. Pero evitar que se note un escalón en una novela continuada implica también seguir el hilo de la historia, conocer cuál es la trama. Para resolver este conflicto contaba yo con el libro sobre los cátaros de Carter Scott, las primeras cuartillas de la novela inconclusa y la dirección de la trama: “trata sobre un armero que viaja al sur de Francia en busca de los cátaros”, me había dicho él. Leí el libro de Scott; y luego, con mucha atención, nuevamente las primeras cuartillas de la novela inconclusa. En mi cabeza comenzaron a surgir preguntas. Primero, ¿sobre qué quería escribir mi padre? ¿Por qué una espada con un emblema en hilos de oro? Luego, ¿por qué papá dio apellido italiano a una familia francesa? ¿Por qué un hombre abandona a su familia, su negocio y su religión para ir en busca de otra que ni siquiera conoce? Viajar desde Paris hasta Languedoc en tiempos medievales tomaba semanas. Aquel viaje era casi tanto como iniciar una nueva existencia. Hacerme estas preguntas fue igual que mirar su cara diciéndome: “Resuelve estos acertijos, si puedes”. Contaba ya con el cañón apuntado, tenía el objetivo para el obús, así que sólo requería deducir la trayectoria.

 

Cuando un escritor decide embarcarse en su tarea con un nuevo trabajo, ha de investigar primero sobre el tema. En mi caso el tema era mi padre. Sabía de sus mayores inquietudes. Sospechaba sobre lo que él habría querido escribir en el ocaso de su vida. Fui resolviéndome uno a uno los acertijos. Investigué más sobre los cátaros, sobre la edad media, sobre el clima, la alimentación, las herramientas y los utensilios de aquellos entonces. Recordé conversaciones existenciales con papá. Cuando logré resolver todos los acertijos, me sentí tan contento que ya nada detuvo al proyecto. Si yo fuera animista habría creído que mi padre guiaba mis manos, pues una vez que estuve frente al teclado nada detuvo mis dedos. No hice siquiera pausas para reflexionar que debía escribir en ningún siguiente párrafo. Sólo escribí, escribí y escribí. Leía a mi esposa mis avances. Ella opinaba sobre los personajes: lo que debían haber dicho, cómo debían haber actuado. Yo desestimaba sus opiniones, pero volvía al teclado y corregía descripciones y diálogos pensando en complacerla. Igualmente consultaba a mis hermanas sobre temas de la novela. Ellas aportaron muchas brillantes ideas. El resto de la obra se escribió en tan sólo cuatro meses.

 

Si alguien me preguntara: cuánto debe investigarse para escribir una novela, mi respuesta sería: tanto como se considere necesario; no se investigue hasta el punto de terminar escribiendo lo que piensan otros autores, ni se investigue tan poco que se termine con un trabajo completamente apartado de la realidad. Después de todo, lo que se pretende es crear escenarios y situaciones que estimulen la imaginación del lector, que alienten su creatividad.